Si por mucho correr escapase uno de la muerte, Micah True (Colorado, 1954) hubiese tenido bastantes papeletas para ser eterno; pero no es así, y al ultramaratoniano le alcanzó el filo de la guadaña en la frontera entre Nuevo México y Arizona. Llevaba cuatro días perdido en una zona salvaje, desde que el martes por la mañana dejase su hotel a los pies de los acantilados del Gila Cliff Dwellings provisto solo de una botella de agua. Partió para un entrenamiento de unos 19 kilómetros, posiblemente poca cosa para quien cubre con frecuencia distancias superiores a los 80, pero en su camino esta vez encontró la muerte y “Caballo blanco”(que así se hacía llamar) ya no correrá más .
True llevaba haciéndolo siempre, hasta convertir la carrera en un modo de vida. Nacidos para correr es un bestseller escrito por el periodista Christopher McDougall con un título que parece pensado para Micah True, protagonista de parte del relato. En el capítulo dedicado a “Caballo blanco” se narra cómo True recurrió al aprendizaje de las técnicas de carrera de los indios Tarahumara, un pueblo asentado en el estado mexicano de Chihuahua cuyos habitantes son reconocidos por su extraordinaria capacidad para correr largas distancias. Con ellos, True superó una grave lesión y aprendió a marchar descalzo o con las finas sandalias de la tribu. El deporte era para True el medio a través del cual explorar los límites de su resistencia al agotamiento físico. No le bastaba con correr; había que correr más, quizá porque para él, como para los Tarahumara, era una pasión que trascendía a la carrera o a la mera anécdota de llegar a cualquier sitio antes que cualquier persona. “Si se me va a recordar por algo, me gustaría que fuera por mi autenticidad. No más. ¡Libre para correr!”, escribió en enero en su cuenta de Facebook.
Organizaba la ultra-maratón del Cañón del cobre, 80 kilómetros a través de desfiladeros
Micah True se convirtió en un icono entre los corredores de larga distancia por su capacidad de superación y su activismo. Desprendía, dicen sus amigos, una pasión “infecciosa” por lo que hacía. Organizaba también la ultramaratón de las Barrancas del Cobre, 80 kilómetros a través de desfiladeros, caminos pedregosos y poblados indígenas con final en Urique (México), y una experiencia a medio camino entre la carrera, la pura aventura salvaje y el descubrimiento personal. True la describió así: “Mientras algunos están en guerra en muchas partes del norte de México y el mundo, nosotros nos reunimos en los más profundo del cañón para compartir con los nativos, comer, reír, bailar, correr y traer la paz”.
La policía le encontró el sábado, aunque no pudo evacuar su cadáver hasta el domingo. En su búsqueda participaron 60 personas en 15 equipos, que batieron una superficie cercana a los 1.000 kilómetros cuadrados. No se sabe aún qué le causó la muerte. “Hay una ligera posibilidad de que se perdiera, pero es difícil de creer. Ha recorrido la zona muchas veces. Hay pumas, pero nunca han atacado a los humanos”, comentó una amiga. True murió en el camino y por eso tuvo, según McDougall, el funeral al que siempre aspiró: “Sus amigos pasamos días corriendo en la naturaleza salvaje en su honor”. Lo encontraron junto a un arroyo, sus piernas en el agua fría, y con la botella a su lado. A Micah True le alcanzó la muerte cuando dejó de correr.
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